Caracas está
cumpliendo 445 años y nunca me hubiese parado a escribir nada de ella, pues a
pesar de que fue la ciudad donde nací, solo me motiva lo que extraño a mi
familia y al majestuoso Cerro Ávila, que me niego llamarlo Wuarairarepano (y
que me perdonen mis ancestros indígenas).
Sí, es la capital
de Venezuela y sí, está cumpliendo años, pero ¿cómo voy a extrañar una ciudad
que para ir de un lado a otro te toma más de una hora?, ¿cómo voy a extrañar
una ciudad que cada día es la prueba más clara de la polarización que existe en
Venezuela? pues una cosa es de Plaza Venezuela al Oeste y otra es de Plaza
Venezuela al Este o el Suroeste, como le quieran llamar.
Algunos se han
empeñado en dividir a Caracas en una ciudad con habitantes, sin tener claro
quienes, son de primera y otros son de segunda. Algunos se han empeñado en
castigar a los que piensan distinto y los que piensan distinto a ver a los que
no piensan como ellos, como enemigos y “potenciales invasores”.
Ya ni en el Metro
se está en paz, muy lejos quedó aquello de sus inicios, donde los caraqueños
que atravesaban la ciudad, asumían una conducta digna del primer mundo al
descender las escaleras mecánicas que funcionaban. Ahora, por eso cuando visito
Caracas, ni lo uso. Allí se refleja lo que es Caracas hoy.
No voy a negar
que extrañe algunas cosas, pero muchas de ellas son del pasado, un pasado que
como tal allí siempre estará. Extraño mis días en Radio Difusora Venezuela y
cuando salía de la guardia y me podía ir hasta Sabana Grande y caminar descalzo
hasta Chacaito, si como lo leen descalzo, sin zapatos, con ellos en la mano,
para tomar la camioneta que me llevaría hasta El Hatillo. Extraño el Cineauto La Boyera, los de El Cafetal
(no se dice del Cafetal ok), extraño mi colegio La Salle Tienda Honda, extraño mis
años en la Casa
que Vence las Sombras, mi amada UCV, extraño RCR, Jazz 95.5, pero lo que más
extraño de todo, es a mi Leya (mi abuela paterna, mi mamá).
Con mi Leya
recorrí las calles de Caracas, conocí el Teatro Municipal, La Catedral, La Plaza Bolívar, la esquina de La Pelota (allí estaba un almacén
donde había muchos juguetes), La
Candelaria y ni que hablar de los planes vacacionales en el
Teatro Tilingo (cerrado este año) en la Biblioteca Mariano
Picón Salas del Parque Arístides Rojas donde descubrí mi pasión por la radio y
por lo que es mi vida…el Periodismo.
Hoy al cambiar el
Ávila por el bello Lago de Maracaibo, lo poco (aunque la verdad es mucho) que
extraño de Caracas, es mi familia. Aunque hable todos los días con mis tías,
chatee con mi papá y de vez en cuando con mi hija Alejandra, y mucho menos con
mi chamo Samuel, es lo único que extraño de Caracas, pues no puedo extrañar el
caos, la polarización, el desorden, el empeño de algunos que aún dicen “Caracas
es Caracas y lo demás es monte y culebra”.
No puedo extrañar
que algunos se empeñen en destruirla y promuevan la construcción de adefesios y
derriben la historia como si con eso la fuesen a borrar. No puedo extrañar que
si vives en tal o cual lugar eres mejor o peor persona. No puedo extrañar que
si no estas en tal o cual “bando” eres un traidor, un vendepatria, un lo que
sea. No puedo extrañar nada de eso.
Aunque no extrañe
nada de lo que tiene Caracas, igual le deseo cumpleaños feliz y desde lo más
profundo de mi corazón espero que nunca le quiten el Ávila, no sólo por ser un
pulmón vegetal, sino por lo que significa en la mente y en el corazón su imagen,
para los que tomamos otro camino en busca de la felicidad.
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